jueves, 13 de junio de 2019

Sanwich

Hay una calle caótica que todo porteño evita. Los semáforos están de paro, el asfalto está cubierto de cráters sin arreglar y si en algún momento existió una línea blanca y amarilla para delimitar los carriles, esa línea ya no existe hace rato. Esa anarquía obliga a ir lento y poder robar instantes camuflados en la vorágine. Suelo bajar las ventanas para pescar alguna conversación, alguna cumbia barata sonando en un parlante de celular y, si tengo suerte, el olorcito a choripán de los puestuchos de las esquinas. 

Hasta ahora, mi descubrimiento preferido de esas cuadras es un pizarrón negro puesto muy el borde de la vereda. Está escrito con tiza blanca y letras mayúsculas muy prolijas que dicen “sanwich” y un precio abajo. El cartel es el mismo hace año y medio, van cambiando el numerito nomás porque, bueno, la inflación pega en todos lados. Cada un mes le suben diez pesos pero sigue siendo el mismo cartel simpático y errado a punto de caerse. Entre todo lo que se come ahí se ve que alguien se comió la “d” y no planean hacer nada al respecto. Nadie les contó que sandwich no se escribe así o no les importa y los banco. Más adelante, hay un cartel que dice “gaciosa” pero ese me molesta, no me da ternura. Les diría algo pero no puedo imaginarme la situación de bajarme del auto para jugar a la maestra ciruela. Tampoco es que me importe tanto. Sigo de largo. 

Ayer fui sola y, como no estaba apurada, tomé mi camino poco productivo. Bajé las ventanas, esquivé un par de pozos. Hubo uno que me agarró desprevenida y el paragolpes (o alguna parte del auto cuyo nombre jamás sabré) hizo un ruido raro así que decidí ir todavía más despacio. En la vereda, ahí al lado mío, había un señor con panza y pelado acomodando una caja de madera en la parte de atrás de su moto y otro, un poco más flaco, con barba canosa y look más pendejo, ayudándolo. 
Es triste...dijo el pelado, con un tono medio bajito como si se lo estuviese diciendo a él mismo. 
Y sí, es triste, boludo respondió el otro, queriendo equilibrar la empatía de su mirada con palabras frías.  De macho. 
El pelado siguió forcejeando la caja para que quede más firme. El otro lo siguió mirando, acompañándolo a su forma hasta que desistió y se distrajo con el celular. Yo me estaba yendo, se venía la parte de la calle sin pozos y no tenía ningún auto adelante. No había excusa para ir tan lento. Los había dejado de mirar, me tocaba ser una ciudadana responsable y prestarle atención al camino. Estaba pasando a tercera y lo escuché. 
Es triste... pero ¿sabés qué es más triste, Flaco? Que me chupa un huevo. 

Cuarta. Quinta.