viernes, 10 de febrero de 2017

Lo ajeno


Sumergida entre renglones y universos, un beso y una declaración la empapan de pies a cabeza. De piel a alma. Los carceleros del paraíso festejan. Sumaron otra victoria. A la nueva víctima de sus palabras le nacen de los costados alas y se proyecta y así es como pone su bandera en horizontes lejanos del cielo, azules y naranjas, jamás explorados. Ella vuela, realmente, vuela, vuela alto, altísimo, y se encuentra más feliz que nunca. Dejó de buscar. Entendió, por fin, en ese instante lo que es el amor. El amor fuerte que abarca por completo y se hace tangible en su interior. Un amor que  palpa y huele y ve. Y su corazón despierta y vive. Experimenta con intensidad cada clase de sensación y, por vez primera, comprende asombrada que no existe el sentimiento bueno ni el malo. Se suelta y destruye cada una de las barreras que minuciosamente construyó para no sentir el dolor, para ignorar y aislar la soledad y, a todo, deja atrás. Y supera su peor miedo: un pequeño corazón con su nombre expuesto a la intemperie. Vulnerable, sin paraguas y con pronóstico de tormentas entre las nubes y la paranoia, un rayito lo señala y la elige: siente el sol, la risa, un poco de llovizna y más sol. ¡Qué lindo es sentir! Y sigue volando y sintiendo.
Vuela sintiendo hasta que se rompe o el libro termina, sumergida entre los renglones y universos. Se ahogó de renglones y universos ajenos.

Ventanilla baja

En búsqueda de lo más alto del cielo
y de lo más profundo de la tierra, el reloj hizo presencia.
Charcos de luz sobre el pavimento se deslizaban
inseguros sobre cuál sería su lugar.


El gris del asfalto jugaba a las escondidas con movedizas chapas de colores,
el mismo tráfico de siempre, las mismas personas ignorantes las unas de las otras.
Engranajes armónicos de una gran máquina que se reinicia en cada oscuridad.
El tictaqueo de la rutina dictando las normas como de costumbre.


La inminente luz que atraviesa los parabrisas da señal a la coreografīa automática:
Mano derecha, sube el volúmen de la canción de turno; izquierda, despliega el visor.
Los inclementes rayos de sol son vencidos por el rectángulo solucionador inmediato.
Belgrano, víctima de otro amanecer.


Él, con sus seis décadas y monedas, bajó su ventanilla para fumar su cigarrillo.
Ella prendió el suyo buscando convencerse a sí misma de que ya no era más una niña.
La oferta insalubre del semáforo de las 6:41 de Vidal y Blanco Encalada,
ritual religioso de los quehaceres diarios.


Ensimismados en su propio tabaco, jamás reconocieron la presencia del otro;
desconocen que están por siempre en la misma ruta.