Sumergida entre renglones y universos, un beso y una declaración la empapan de pies a cabeza. De piel a alma. Los carceleros del paraíso festejan. Sumaron otra victoria. A la nueva víctima de sus palabras le nacen de los costados alas y se proyecta y así es como pone su bandera en horizontes lejanos del cielo, azules y naranjas, jamás explorados. Ella vuela, realmente, vuela, vuela alto, altísimo, y se encuentra más feliz que nunca. Dejó de buscar. Entendió, por fin, en ese instante lo que es el amor. El amor fuerte que abarca por completo y se hace tangible en su interior. Un amor que palpa y huele y ve. Y su corazón despierta y vive. Experimenta con intensidad cada clase de sensación y, por vez primera, comprende asombrada que no existe el sentimiento bueno ni el malo. Se suelta y destruye cada una de las barreras que minuciosamente construyó para no sentir el dolor, para ignorar y aislar la soledad y, a todo, deja atrás. Y supera su peor miedo: un pequeño corazón con su nombre expuesto a la intemperie. Vulnerable, sin paraguas y con pronóstico de tormentas entre las nubes y la paranoia, un rayito lo señala y la elige: siente el sol, la risa, un poco de llovizna y más sol. ¡Qué lindo es sentir! Y sigue volando y sintiendo.
Vuela sintiendo hasta que se rompe o el libro termina, sumergida entre los renglones y universos. Se ahogó de renglones y universos ajenos.
Vuela sintiendo hasta que se rompe o el libro termina, sumergida entre los renglones y universos. Se ahogó de renglones y universos ajenos.