viernes, 10 de febrero de 2017

Ventanilla baja

En búsqueda de lo más alto del cielo
y de lo más profundo de la tierra, el reloj hizo presencia.
Charcos de luz sobre el pavimento se deslizaban
inseguros sobre cuál sería su lugar.


El gris del asfalto jugaba a las escondidas con movedizas chapas de colores,
el mismo tráfico de siempre, las mismas personas ignorantes las unas de las otras.
Engranajes armónicos de una gran máquina que se reinicia en cada oscuridad.
El tictaqueo de la rutina dictando las normas como de costumbre.


La inminente luz que atraviesa los parabrisas da señal a la coreografīa automática:
Mano derecha, sube el volúmen de la canción de turno; izquierda, despliega el visor.
Los inclementes rayos de sol son vencidos por el rectángulo solucionador inmediato.
Belgrano, víctima de otro amanecer.


Él, con sus seis décadas y monedas, bajó su ventanilla para fumar su cigarrillo.
Ella prendió el suyo buscando convencerse a sí misma de que ya no era más una niña.
La oferta insalubre del semáforo de las 6:41 de Vidal y Blanco Encalada,
ritual religioso de los quehaceres diarios.


Ensimismados en su propio tabaco, jamás reconocieron la presencia del otro;
desconocen que están por siempre en la misma ruta.

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