jueves, 16 de julio de 2020

Distintos

Bauti tomaba una pastillita todas las mañanas. Apenas nos despertábamos, nos esperaban dos vasitos de plástico con tapa y bombilla en nuestra mesa de luz. El mío tenía detalles en amarillo patito y un dibujo de Twitty, el pajarito de la tele. El de Bauti era de Dexter y celeste. Era de Dexter porque era un personaje de un chico inteligente que siempre encontraba las respuestas para todo y tenía una hermana que lo molestaba a veces pero se querían, como nosotros. Teníamos que ser cuidadosos: en la tapa de su vaso para genios descansaba siempre su pastillita blanca. Una vez lo volqué antes de que llegue a tomarla y mamá vino en cuatro patas a buscarla. Me dijo que era importante que la tome todas las mañanas.
—¿Y por qué yo no tomo nada, mami?
—Porque son distintos, Camilita.

Éramos distintos y se notaba a kilómetros, pero era lo peor que me podían decir. Yo solo quería ser cómo él. Matizar mi torpeza, ser prolija en mis dibujos, tener paciencia para ordenar, hablar y que la gente me entienda. No me salía nada de eso. Toda mi infancia fui un torbellino que rompía cada cosa que tocaba. Era una canasta de rulos despeinados con hebillas coloridas con más energía que horas del día. Ansiosa, invasiva. Él, para variar, tenía todo claro: había un orden y, por ende, había que respetarlo. Hablaba lento y claro. Empezaba un libro y lo terminaba. Sacaba solo los Legos que iba a usar para su construcción y después guardaba cada uno en su lugar correspondiente. Ordenaba los juegos de mesa por el tamaño de las cajas. Vivía en su mundito hecho a escala, un espacio en el que la rutina no podía cambiar. Y vine a aparecer yo a ponerlo patas para arriba.

El colmo para un chico como él era tenerme a mí de hermana, que era por escándalo lo contrario a sus esquemas, orden y repetición. Y no lo hacía de mala, él y yo lo sabíamos. Pero no podía callar mis fuegos artificiales, mi río constante, las siestas repentinas o mis ganas de bailar por toda la casa. Él iba paciente atrás de mis pasitos impulsivos y cortos, dejando todo en orden después del terremoto con mis iniciales desparramadas por ahí. El hecho de que coincidamos en tiempo y espacio podría haber sido algo caótico, pero no fue el caso. Nos hacíamos bien: encontramos códigos muy nuestros en ese tire y afloje de mi libertad egoísta contra su ley firme.

Un tiempito después, mamá y Bauti festejaron que iba a dejar de tomar su pastilla todas las mañanas y, recién ahí, la que tuvo miedo que las cosas cambien fui yo. La idea de que algún día los vasos de Twitty y Dexter nos queden chicos, que nos separen de cuarto o de tener que jugar sola me dio ganas de llorar. Me gustaba mi vida así, con él. ¿Que Bauti deje de tomar la pastillita significaba que ya no éramos más distintos o que éramos todavía más diferentes de lo que yo pensaba? Tragué mucha saliva y pregunté entre lágrimas por qué.
—Ya no tengo más TOC —dijo él y me dio un abrazo.
Yo lloraba sin ruido pero él se dio cuenta porque le llené de mocos el sweater a la altura de los hombros. No sabía qué era eso del TOC ni quería saberlo. Quería que me digan que mi hermano iba a seguir siendo mi hermano como lo conocía. Y que si dejábamos de ser distintos era porque yo me iba a parecer a él, no por otra cosa.
—¿Qué significa eso? —pregunté mirándolo a los ojos a él porque sabía que no me iba a mentir.
—Que te quiero mucho —me abrazó con más fuerza y completó lo que estaba diciendo —, que te quiero mucho y gracias.
—¿Y por qué a mi no me dan una pastillita para ser más buena?
Mamá se acercó a nuestra altura y nos dio un beso en la frente a los dos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario