lunes, 6 de julio de 2020

Falso vivo

Me hablaste y automáticamente me dieron ganas de llorar. No sé si estaba con ganas de vos pero, de todas formas, me saqué la remera de pijama vieja que tenía puesta, me puse un corpiño negro de encaje y arriba un sweater rojo que me encanta para hacerme la casual, claro. Típico. Estar tirada en la cama con un jogging gris que me hace buen cuerpo, mi corpiño más lindo y la cantidad justa de rimmel para que mi producción haga efectos pero pase desapercibida. El show del siglo 21, esa falsa intimidad que nos dan las camaritas frontales, el supuesto vivo. Nos creemos que entramos a la cotidiana del otro como haciendo puntitas de pie, como si no hiciéramos ruido, como si la otra persona no registrase nuestra presencia. ¿Qué hacías? Nada, acá, tranqui, en mi cama. Mentira. ¿Por qué me esfuerzo tanto en mentirte? En el instante que me hablaste estaba comiendo dulce de leche del pote sentada en la mesada de la cocina pero eso no te lo cuento. No me muestro. Es todo ángulos, ilusiones, fantasías. Verdades a medias. Somos productores de contenido full time y nadie nos paga por eso. Community managers del sí mismo, todos.

Tardé en contestarte porque necesitaba arreglarme lo suficientemente desarreglada pero linda y en todo ese tiempo se ve que te aburriste. Te contesté y me quedé esperando respuesta. Estabas online pero no en mi chat. ¿Hablando con otra? Me dio rabia. No eran celos porque no hay nada para celar. No voy a negar que no me jodió. Igual no eran celos. (Tal vez si lo repito por tercera vez me lo creo). 

No eran celos.

Bueno, un poco sí. Me desconozco celosa.

Me molesta no quererte, no buscarte, e igual desilusionarme, qué querés que te diga. Qué difícil es lidiar con las expectativas y toda esa mar en coche. Me agota, me agotás vos; por eso es que trato de no meterme. Pero mientras más decido quedarme en la periferia, suenan bocinazos y sirenas y música que me convence, vos me convencés, y así, cruzo casi involuntariamente y se da el atropello.

Me cansa querer coincidir con la imagen que creo que te armaste de mí. Me encantaría que sea más fácil, que no haya segundas intenciones, entenderte de una. Pero cuando me ofrecen ese combo vainillita y masticado me aburro -perdón, soy todo lo que siempre odié-. Así que me esfuerzo por ser esa mina que es linda sin esforzarse y tiene la panza chata después de comerse una hamburguesa, que usa siempre corpiños de encaje y es inteligente e irónica y graciosa todo a la vez.

Pensé que no me ibas a contestar así que volví a mi remera de pijama vieja, tanto más cómoda que cualquier otra cosa que intente hacerle competencia. Me saqué los lentes de contacto, me puse mis anteojos sucios. Me acosté y retomé mi libro de turno. Pensé que eras un boludo y una videollamada entrante interrumpió el fluir de mi conciencia. Atendí y del otro lado de la cámara estaba usted señorito, en pijama, comiendo dulce de leche del pote. “No sabía que usabas anteojos”, dijiste y después me hiciste una joda sobre una secretaria hot.

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