miércoles, 8 de julio de 2020

Le chariot

Tengo el rimmel pegoteado y me cuesta despertarme. Abro medio ojo en cámara lenta y afino la vista a la ventana: ya es de día. Me había olvidado lo que se siente tener resaca. Si apago mis pensamientos escucho un punchi-punchi sonando en la parte de atrás de mi cerebro y creo que si hablo no tengo voz. Estiro la mano para palpar lo conocido. Sábana, acolchado, perro; por lo menos esas tres certezas siguen ahí. Me duelen partes del cuerpo que desconocía como si un tractor hubiese pasado por encima de cada uno de mis músculos y después hecho reversa como para asegurarse de haber roto todo. Junto voluntad y cuento hasta tres para incorporarme. La misión es simple y concreta: pararme, lavarme la cara, tomar agua. Mucha agua. ¿Así se sentirá envejecer? A los 16 esto no me pasaba. A la cuenta de 1. El hombro me pesa más de lo normal. A la cuenta de 2. Siento que una mano invisible me está aplastando con toda su fuerza. A la cuenta de 3. Estoy sentada en la cama. Encaro el espejo y me encandilo. Tengo los labios hinchados, las ojeras mega hundidas pero además rayoneadas con delineador corrido, mis rulos parecen un plumero y ¿qué es eso en el cuello? Me niego a que sea un chupón, lo franeleo con ímpetu como si mis manos fuesen una goma de borrar. Sigue ahí. El nombre del pibe. Era... era un nombre muy particular. De otra época, como si esa palabra hubiese sido pensada solo para designar grandeza, reyes, imperios. ¿César? No, César no era. Ordenemos: cumpleaños, cerveza, bar, muchacho lungo, otro bar, cerveza, qué lindo tu hoyuelo, botellas vacías, me gustás creo, vereda, cerveza, ¿bajón?, su auto, la puerta de casa, pasá, charlar en la mesada, comer en la mesada, chapar en la mesada, chau en la mesada. Las fotitos de la noche se me separan con flashes muy blancos entre sí pero creo que voy recopilando todos los hechos. ¿Adriano? Tampoco. Bajo a tomar agua y encuentro la cocina más limpia que como la debo haber dejado antes de partir al cumpleaños. Estoy segura que mi álter ego ebria no le importa mucho la limpieza así que debe haber sido él. ¿Augusto? La mesada está despejada y me llama la atención un pedacito de papel doblado con algo adentro. Con movimientos lentos pero firmes lo agarro y me lo pongo a la altura de los ojos. “Vos sabés que significa. Le Chariot para todos. -C”, decía en una mayúscula varonil pero prolija. Enganchada al mensaje improvisado, había una carta de tarot. El carro, le chariot, la VII. Esa información es lo mismo que nada. El dibujito no es para nada sugerente: una persona con armadura, corona y rulos en un carruaje, dos caballos que apuntan a lados distintos pero miran un punto en común, media rueda. El que maneja tiene dos caritas en los hombros. Ya descarté César, ¿no? Opto por lo que haría cualquiera que no puede hilar dos pensamientos seguidos: googlié. La primera página sugerida me dijo que la carta significaba “accioná en el mundo”. Accioná en el mundo. La puta madre. Se me abrieron ochenta pestañas en la computadora mental. Ese era el mantra que repetí hasta el cansancio anoche. Mis imágenes borrosas empezaron a tener sonido. En el cumpleaños alguien contó algo de un curso online de arcanos mayores del tarot y soltó esa máxima. Se lo dije a Cristiano -¿Cristiano?- en el primer bar. Lo grité parada arriba de una silla en el segundo bolichito al que fuimos. Se la tiré al pasar sin introducción a tres personas que nos cruzamos en la vereda. Se lo dije al oído en la puerta de casa cuando lo invité a pasar. Constantino. Ese me suena. Busco entre mis contactos del celular si existe y sí, ahí está. Abro su chat y veo en simultáneo el “escribiendo...” que tanta ansiedad suele darme. Suelto el teléfono como si estuviese haciendo algo ilegal y espero. Espero. Mientras tanto, pienso cuántos papelones habré hecho con el sujeto en cuestión. ¿Hay vuelta atrás después de ver a alguien en un nivel de borrachera tan decadente como el mío? Se ilumina la pantalla y leo: “No sé qué mierda fue todo eso de Le chariot pero me caíste muy bien anoche. ¿Cuál va a ser nuestra próxima carta?”. Me peino para responderle como si me estuviese viendo y me doy cuenta que en realidad no sé absolutamente nada de tarot. Podría googlear una respuesta ocurrente pero ya estoy vieja para eso. Abro el chat y dejo que mi intuición responda. Supongo que esa también es una forma genuina de accionar en el mundo.

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