lunes, 12 de marzo de 2018

Döppelganger

Tomaba su pincel y, a las apuradas, daba trazos de izquierda a derecha, de arriba hacia abajo. Cambiaba los colores con una velocidad que hacía el movimiento casi imperceptible al humano. Por momentos se asemejaba a una máquina o anhelaba tomarle prestado el Génesis a algún Dios. Algo la apremiaba y, esta vez, le iba a ganar de mano.

Esta vez, iba a cantar victoria.

Su mano supo cuándo soltar la brocha. Tapó sus ojos y retrocedió a tientas, acrecentando la distancia entre ella y el lienzo, que ya había abandonado su estado de blancura. 

"Uno, dos, tres... ¡ya!" dijo para sus adentros, y separó el olor a acrílico impregnado en los dedos que cubrían sus párpados. Su mirada se encontró con la obra.

No hubo caso. Perdió una vez más. Por más que intentaba pintar un cuadro, el cuadro siempre la terminaba pintando a ella.