viernes, 19 de marzo de 2021

Las dos solas

Mi mamá sabe todo. Me ayuda con la tarea de matemática sin usar los dedos, me enseña a pintar tranquila por adentro de los bordes, conoce los detalles de las historias de princesas que me gustan. Saluda a todos los de nuestra cuadra por el nombre y siempre sabe si hay que agarrar saquito o no antes de salir de casa. Tiene curitas en la cartera para que las frutillas de mis rodillas sanen más rápido y si me duele la cabeza o la panza tiene unos remedios que son especiales, solo para mí. También tiene remedios especiales para ella. Los toma cuando llora mucho o cuando le cuesta dormir, pero esos son para grandes, me dijo. Yo creo que también los toma cuando extraña mucho aunque eso no lo dice la caja de palabras complicadas y ella me diga que estamos bien así, las dos solas. “Las dos juntas”, pienso para adentro pero no se lo digo. Las dos juntas queda más lindo.

Yo hay muchas cosas que no sé todavía. Por qué los varones no pueden usar pollera, por qué los árboles están desnudos, por qué no tenemos celulares adentro de la cabeza, por qué papá no duerme más en casa. Algún día voy a ser grande y mamá me las va a explicar, me prometió.

Es verdad que desde hace como dos inviernos, se ríe menos y se dejó de poner perfume. Está más tiempo en pijama y a veces habla en voz alta de lachedepé y dice malas palabras que no me deja repetir. Le salieron mechones grises al costado de las orejas y aunque yo me mire todos los días al espejo no me salen esos pelos blancos como a ella.

Ayer me desperté a la mitad de la noche y vi un cenicero con muchos cigarrillos aplastados, una botella de vino vacía y pañuelitos con mocos en la mesa de la cocina. Ella hablaba por teléfono en el balcón. “No vas a volver, ¿no?” fue lo único que entendí y me empezó a doler la garganta como si me la estuviesen apretando desde adentro.

Busqué en puntitas de pie las pastillas esas que le sacan la tristeza a mamá y me tomé una. En la caja quedaban 4. Volví a guardarla prolija en el fondo del primer cajón y me acosté en su cama sin hacer ruido repitiendo para adentro “las dos juntas”. Me desperté mareada porque me daba el sol del mediodía en la cara y mamá, aunque estaba dormida, me estaba abrazando. Ella siempre sabe cuando necesito un abrazo.

La intenté despertar y no me dio bola. En la mesa de luz estaba la tirita de sus pastillas vacía. Ojalá no se haya dado cuenta que le robé una cuando se tomó las que quedaban. Lo debe saber igual, mamá sabe todo. ¿O no, má?

¿Mamá?