lunes, 9 de septiembre de 2019

Crónicas de un hippie

Descalza

Llegaste tarde. Te bajaste del 60, te acercaste caminando sin apuro y hasta frenaste para cambiar la canción que sonaba en tus auriculares. Estabas descombinado. ¿Quién se pone cuadrillé con cuadrillé? Te quedaba simpático, igual. No entiendo cómo hiciste, pero todo vos, esa esencia desprolijamente mansa, tiñió tus acciones de algo encantador. Hay que saber llevar esa vida a dos por hora y que los demás no cambien de canal.

Me dabas tanta intriga que me llegué a estresar. Y así como quien no quiere la cosa, te instalaste a una cálida distancia y se te escapó tu hoyuelo izquierdo. Esa auténtica templanza me calmó, me distrajo. Me convenciste sin siquiera intentarlo de que una tardanza no es la muerte de nadie y en silencio contabilicé la cantidad de amarguras que me podría haber ahorrado de entender esto tiempo antes. Y ahí, sin conocerme mucho, me dijiste que te hacía acordar a una canción que escribiste hace algunos otoños y que algún día me la ibas a mostrar.

Tardé un poco en sacarte la ficha pero di en la tecla: sos un constante ahora, un eterno presente que se va alargando de a poquito. A veces siento que no tenés noción del pasado y mucho menos del futuro. Que no adherís a la convención que algunos conocen como “tiempo” y simplemente te desplazás por el mundo. Paseás.

Qué distintos somos, che. No sabría cómo explicarte que soy puro pensamiento, energía, plan, estructura, control. Intensidad. No sé cómo hacer énfasis en la dicotomía que seríamos, fuimos, somos, no sé. Tampoco sé quién me mandó a interesarme en un hippie que parece no usar relojes ni calzado, pero, bueno, pasaste.

Igual así como apareciste paseando, paseando te fuiste también. Y está bien. Me regalaste un rato de acción en cámara lenta y me gustó. Así que gracias, querido hippie, tu juego me pareció divertido y ahora me dieron ganas de seguirlo en otro lado. Me toca. Ya me descalcé.

Creo que voy entendiendo cómo funciona. Es mi turno, no tengo dudas: toca moverme porque el asfalto me quema si me quedo mucho tiempo en el mismo lugar. Qué bien se siente estar descalza.

——

Siete birras

Me dijeron que arme un cuento de esto. Que le meta un nudo, algún que otro rococó. Más acción. Lo releí un par de veces e, inevitablemente, me acordé de él. No puedo escribir un cuento sin serle infiel a esa dulce nada que compartimos. Creo que ahí estaba su magia: a veces hace bien una nada cargada de sentido para desprenderse, aunque sea un rato, de todo.

Además, el hippie se adhirió a mi lógica en la que no hace falta involucrarse demasiado. En algo de eso sí coincidíamos: yo abuso de pensar en el futuro y por ende, lo evito, y él no lo registra y por ende, no existe. Estábamos condenados, entonces, a no tener más que esos instantes efímeros que tarde o temprano, iban a quedar solamente en el recuerdo. En el recuerdo y en estas líneas que a medida que las trazo se vuelven ajenas a mí.

En total, compartimos siete cervezas. Cuatro pintas tiradas y tres Quilmes de litro en un bar que le gusta a él. La primera vez que salimos hicimos un desfile por bares cerrados (porque se ve que los lunes no es día para chamuyar y él no lo sabía) hasta dar con un cuarto bolichín que nos hizo de anfitrión. No llegaba a leer el menú en la pizarra atrás de las canillas de birra artesanal y me dijo que era porque no veía nada de lejos. Le pregunté si era miope y no entendió. Puede que haya estado fumado pero prefiero el beneficio de la duda. Se olvidó los auriculares en mi auto dos veces y la billetera –por suerte– solo una vez. De hecho, lo de la billetera fue la última vez que nos vimos. Ya nos habíamos despedido y la vi reposando ahí, tranquila como su dueño, sin llamar mucho la atención. Ahora que lo pienso, si no lo hubiera alcanzado para dársela en ese instante, deberíamos haber tenido que vernos una vez más para que se la devuelva. Y lo nuestro hubiese tenido un poco menos de fugacidad, un capítulo más. Tal vez una octava birra. Pero no, no. Las tramoyas quedaron un par de personajes atrás. No me hacía falta una excusa para volvernos a ver. En realidad, no me hacía falta volverlo a ver.

Ahora entiendo por qué no puedo escribir un cuento. Con siete birras me basta.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Un poquito mejor

Y de repente me encuentro un viernes a las 20:43 volviendo a escribir de vos. Volviendo a escribir por vos. Volviendo escribir para vos, como si en algún universo paralelo fueses a toparte con estas palabras. Como si en ese mundo alternativo en el que vos y yo estamos juntos, te prestaría estas hojas entre risas y mates para que nos sintamos afortunados de que después de tanta vuelta y tanto desencuentro, hubo final feliz. Como contándote mi versión de los hechos, chusmiándote lo que pasaba puertas adentro. Entonces hoy te escribo creyendo que vos mañana lo vas a leer y me vas a querer más todavía y que vas a entender los cimientos de mi amor. Es como que en cierto modo creo estar haciéndole un favor a la yo del futuro, para que no le haga falta dar explicaciones y al entregar estas hojas quede todo más que claro.

Corto en seco para correrme las lágrimas que me nublan la visión. Me analizo desde ese mundo paralelo: qué patética soy en este plano. Romántica empedernida. Escondida, silenciosa; pero empedernida al fin. Quiero vivir en el primer párrafo porque ahí estoy más cómoda, porque ahí duele menos. Porque ahí está él y en este estoy sola. Estoy sola y lloro porque el amor no correspondido es una mierda y estoy cansada. Y en estas líneas agrias que tanto más se parecen a la realidad no le hablo a nadie más que a mí. No me queda otra.

Así que va: me escribo. Primero que nada, me doy cuenta que necesitás un abrazo. Está bien llorar. Aunque te sientas una boluda que llora por un boludo, merecés un abrazo. Y no sos más o menos nada por sufrir por amor. Hoy una amiga me dijo que le parecía noble que a alguien le rompan el corazón y creo que recién ahora entiendo qué quiso decir. Cabeza arriba. Sos humana. Sí, ni idea, es una paja. Te gustó alguien que no gusta de vos y lo celebro porque estás viva. Y ahora parezco esquizofrénica porque me da ganas de responder que solo quiero enterrar la cabeza en un pozo y hacer todo menos festejar el desamor. Pero es parte de serse sincera, de serte, de serme.

Entonces ahora son las 21:00 y pasaron 17 minutos y me caen más lágrimas que al principio pero creo que me siento un poquito mejor.