En la fila para pagar repasé los últimos eventos: la fiesta, su camioneta, su departamento. Una, dos, creo que tres secas. Botellas vacías, envases retornables. Una cama deshecha y un cajón vacío. Lo dimos vuelta en vano, no habían. No me acuerdo cuál de los dos fue el que dijo “ya fue, un poquito” y hay muchas chances de que haya sido yo. Hago mea culpa. Como no le iba a pedir a mi vieja que me lleve a la farmacia, me fui en el recreo del mediodía. Caminaba bajo pleno rayo de sol de las 12 mientras las lágrimas se perdían adentro del barbijo, lagrimas de bronca y culpa y miedo. Crucé con un trote medio torpe la ruta que separa el colegio de un centrito comercial con varios locales y pensé que tal vez sería más fácil si me chocaran, solo un poquito, sin mucha lesión. Podría tener un yeso en la gamba por un par de meses y estar de alta justito para el verano, no parecía tan grave el panorama. Tan grave en comparación a ser un hotel movible con forma de chisito gigante y piernas de palito para un huésped que nadie pidió ni me entra en el cuerpo.
En la caja de la farmacia pagué con la tarjeta de papá sin preguntar el monto y fui directo a la estación de servicio.
—¿Un agua nada más? —preguntó el rubio que me atendió, parecía más chico que yo.
—Sumale un atado de Marlboro Box, gracias.
—¿Documento?
Quise disimular la cara de culo y le entregué el documento vencido de una prima que podría ser mi hermana. Me la dejó pasar pero sin ningún gesto de complicidad. Le di un billete de 500 y me devolvió mucho cambio en monedas.
Me senté en una de esas sillitas de metal duro y frío bien incómodas y pensé que la sorpresa sería de géminis. Me tragué la pastilla de una, dejé la botella casi llena en la mesa y me alejé con pasos rápidos de la escena del crimen. Saqué un fuego robado del sábado a la noche y fumé todo el camino devuelta al colegio. Cuando volví a casa, mamá me preguntó qué tal mi día y le conté que levanté matemática.
—Estoy orgullosa de vos, hijita —dijo y me dio un beso en la frente. Se dio cuenta que me cayó una única lágrima muy embalada. Me acomodó el pelo detrás del cachete y repitió las mismas palabras que antes. Yo solo me limité a asentir.
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