Anoche me fui de tu casa con sabor a nada. Bajaste a abrirme y ese último chau de vereda fue una coreografía que nos quedó incómoda a los dos. Apuré la despedida con la excusa de que se estaba por largar la tormenta y te colgué ese beso a la mitad. Decime la verdad: ¿qué te gusta de mí, de nosotros? Tengo serias sospechas de que te enamoraste del concepto de estar conmigo, no de lo que soy. Creo que yo también caí en ese vicio. Me gustás pero no me gusta lo que somos.
Nos faltó un clic y no hay culpas, son los famosos gajes del oficio. Yo estaba para que me duela la panza de la risa y vos querías que escuchemos tu playlist de culto en silencio tirados en tu sillón nuevo. Querías descorchar siempre tu tinto preferido y yo, probar todos los tipos de birra habidos y por haber. Si era por mí, me hubiese pasado una noche entera charlando de anécdotas de la infancia pero vos solo me hablabas de un futuro compartido y proyecciones que adjetivaste como nuestras. Fuimos demasiado contraste y no del bueno.
Me fui de tu casa con sabor a nada. ¿Será Covid o es que ya no me gustás? Quiero esperar a ver si en unos días pierdo el olfato, aunque no creo que pase. No, no creo. El silencio en tu puerta desafinó en mayúscula. No supe decirte en ese instante húmedo pre-tormenta que estoy desenganchada. Que ya no siento tu perfume porque dejé de prestarle atención a tus detalles. Que el mate lavado me aburre. Y que, aunque lo niegues, hace mucho tiempo no nos reímos en voz alta. Perdón, todo sigue teniendo gusto salvo vos. Hubiese preferido que sea Covid.
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