sábado, 12 de marzo de 2022

Con llave

Soñé que mi vieja invitaba a toda la familia a casa. Al departamento de ahora en realidad, nuestra casa la vendimos y no sé todavía si logramos construir algo parecido. Estaban hasta los muertos. Estaban hasta los vivos que nunca están. Los históricos peleados y los chicos. Los que son solo un regalo de cumpleaños una vez cada tanto, los que se sientan en el sillón a criticar, los que solo difunden mensajes de Whatsapp apocalípticos y la camada de primos más chicos que no paran de correr y abrir cajones con picardía. Estaban las tías que preguntan “¿para cuándo los nietos?” y las que susurran por lo bajo “no la veo bien a tu mamá”. Obviamente estaba mi vieja, corriendo de acá para allá, estresada, con un trapito en la mano refregando rincones invisibles de un mueble. Mi papá no, no apareció pero nadie parecía percatarse de su ausencia. También estaba él, siendo testigo de mis peores miedos cara a cara con un florero grande de por medio. Creo que era un velorio aunque no sé de quién. Tal vez era un cumpleaños. En algún momento, él fue al baño y tiró sin querer la tintura de mamá. Era un pote azul enorme con un líquido que ardía y se pegoteaba cuando lo tocabas. Estaba desparramado en todos los rincones, el piso era una lava desesperante. Me llamó para ayudarlo. Intenté limpiar en silencio y como podía, para que nadie se dé cuenta. Solo lo empeoré: el pasillo del departamento se inundaba como en los dibujos animados, el agua subía y subía concentrada y azul y solo en ese espacio, ahogándolo todo. Él me decía que se iba a ir para no seguir rompiendo cosas. Que no me quería invadir. Yo le rogaba que se quede. Nos encerramos en mi cuarto y le expliqué hablando bajito que su presencia era lo único que me daba refugio. Nos abrazamos con intención, apretándonos con ganas. Tocaban la puerta con fuerza y no se distinguía ninguna voz pero sí muchos puños de colores distintos. Yo lloraba. Él también. “Salgan, salgan”, se escuchaba. Lo abracé mucho. Lo seguí abrazando mucho mucho a pesar de los gritos demandantes de afuera. Parecía que iban a tirar abajo la madera. Nos agachamos para protegernos y le dije que no hacía falta que abramos, que no teníamos que salir, que en realidad prefería que los otros queden del otro lado. Alguien forzaba el picaporte, yo cerré la puerta con llave. 

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