No te conozco y vos tampoco a mí.
Te freno de antemano, no estoy loca. Estoy tan lúcida que sí, a veces, puedo parecerlo. Y esta lucidez tan loca me trae a este instante, a estas líneas.
Arranco por el principio así me entendés.
Te cuento, hago yoga con tu vieja. ¡Qué personaje Sandra! El día que fui a probar, estaba a mi derecha y me sacó charla al toque nombrando a sus hijos al pasar: Juana, de 24, y Pancho, 21. En ese momento no te registré y ella me pareció una señora divina, macanuda. Ese primer día hablamos de que estaba imposible estacionar; al próximo martes, de la indignación que le brotó cuando Trump ganó las elecciones; a la semana siguiente de que estábamos en temporada de frutillas. No sé cómo, un día me surgió comentarle que hago apoyo escolar los lunes, ahí, en el Lucero. A tu vieja se le subieron cinco revoluciones pensando que, tal vez, vos y yo nos conocíamos, porque desde hace seis meses vos estabas ayudando en el mismo lugar, pero no estaba segura de que días. ¡Pobre! ¡La decepción que se pegó cuando le dije que no te ubicaba! Hizo puchero como si fuese una chiquita en jardín de infantes y reanudamos nuestra conversación. Era octubre, me acuerdo porque empezaba a hacer calor, y le conté que estaba terminando de hacer mis trámites del curso de ingreso a la facultad. Me dijo que me re veía en Ciencias de la Educación y yo le confesé que, aunque me encantaba la carrera que había elegido, siempre me iba a quedar en el tintero estudiar Antropología. ¡Para qué...! Resulta ser que vos estudiás Antropología y, cito a tu madre: “estás como perro con dos colas”. El calendario marcó el fin del verano, de las vacaciones y retomamos la rutina.
Martes, nueve y cuarto, yoga. Aunque la clase arranque y media, nosotras vamos quince minutos antes para ponernos al día. Así fue como tu vieja, entre comentario y comentario, siguió dándote a conocer. Sé que sos de River pero no te gusta mucho el fútbol. Escuchás a Jorge Drexler con auriculares porque te da un poquito de vergüenza y, una vez, te pescó escuchando una de Shakira en su época con Antonito de la Rúa. Te gusta tanto “Los justos” de Borges que tenés el último verso escrito en tu pared (yo tengo un pedacito de una de Mairal). Tenés debilidad por Angelito, uno de los chicos de apoyo escolar, mi preferido... tu vieja lo reconoció en el fondo de mi teléfono porque vos tenés una foto muy parecida. Te da un poco de miedo Alicia en el País de las Maravillas (no te preocupes, a mí un montón). Te emocionás cuando ves una pareja de abuelos caminando de la mano. Te comés las uñas, te da erizo el volumen en número impar y, a veces, te chocás con las paredes. Hacés café rico y no comés pasta.
Y así como sé esto de vos, te doy a conocer algo mío: me gusta mucho la vida.
Y cuando uno gusta de la vida, el universo se organiza para que todo tenga sentido o eso parezca. Cuando uno gusta de la vida se ve impulsado a hacer estas “locuras”, a vivirla.
Hoy mi vieja arrancó Fotografía y me contó que en el curso hay un chico de mi edad que se llama Pancho. No mucho más. Bastó con que le hayas confesado que a veces soñás en blanco y negro. Nunca le conté a nadie que yo también aunque... eso vos ya lo sabías, ¿no?
María