-Che, ¿tenés fuego?
Maite asintió con la cabeza y sacó el encendedor del bolsillo chiquito de su mochila. Sabía perfectamente que le quedaban dos puchos en la caja y que los estaba guardando para más tarde, pero también quería una excusa para seguir cerca de este sujeto desconocido y compartir el vicio le parecía una buena entrada. Además, no estaba muy convencida de esa idea de “racionalizar” los cigarros como si estuvieran en la guerra; esa política había salido de la cabeza de Oli, su amiga, que dijo que así de a poco iban a dejar de fumar juntas -énfasis en juntas-. Mil disculpas a Oli, pensó Maite a la segunda pitada del anteúltimo mentolado que le quedaba. Sintió la necesidad de compartir ese pucho con el pibito lungo que le había dirigido la palabra. Los dos esperaban un bondi que solía hacerse esperar, así que entre pitada y pitada fueron mostrando un poco de su identidad. Entre líneas de diálogo inconclusas e inconexas, se contaron que él estaba volviendo de la Facultad de Derecho y ella yendo a lo de su primo a tomar unos mates.
Maite tiró un comentario vacío de contenido al estilo de “ah, mirá vos” porque no quería pecar de intensa y él respondió con una mueca casi imperceptible. Fumaron callados por un rato. Él tenía miedo de que el maldito bondi juegue a ser puntual solo para arruinarles el momento, sabía que quería decir algo pero no encontraba la forma de volver a entablar conversación. Cada instante sin palabras que se agregaba hacía más difícil una retomada sutil. Venció ante sus pedidos internos de auxilio y dijo lo primero que se le ocurrió: algún comentario de la serie que estaba publicitando Netflix en esa parada. Ella le dijo que no la veía, que en realidad no veía mucha tele. “Pero Netflix no cuenta como tele”, refutó él. Maite se río y cambió de tema porque no le gustaban las discusiones banales. Siguieron hablando hasta el colectivo los interrumpió. Estaba estallado de gente así que cada uno encontró un lugar como pudo y se sostuvieron la mirada por un instante. Maite se puso los auriculares y calculó cuántas canciones faltaban hasta llegar a lo de su primo. Sonaron los primeros acordes de la tercer canción de su playlist y cerró los ojos por un rato. Alguien le tocó el hombro.
-Te jodo devuelta, ¿te puedo pedir tu número?
Maite asintió y se lo anotó. El lungo le prometió que le hablaba en la semana y ella sonrió fallando en el intento de disimular su cara de feliz cumpleaños. Sellaron el pacto con un guiño sutil pero pícaro y ella volvió a su música y él a su lugar.
Terminó la canción y Maite abrió Whatsapp. “Oli, dejo de fumar”. Enviar.