El dulce de leche tenía sabor a arena pero no nos importaba. Lo habíamos llevado a la playa a la mañana y, para el momento que el sol, ya cansado, teñía todo de dorado, estábamos en el auto dejando ese paréntesis en el espejo retrovisor. Tenía gustito a arena y lo cuchareamos sin vergüenza porque sabía a un recuerdo que no queríamos que se nos escape. Lo comimos mientras jugábamos al de encontrar palabras en orden alfabético en los carteles de la ruta. Obvio que ganó el Chino. Devuelta. Los de atrás estábamos convencidos de que su lugar de copiloto le daba ventaja. Yo me sumé a defendernos, a argumentar que era un afano y no dije lo que verdaderamente pensaba: que la posta era que el Chino era muy bueno y yo adelante también me hubiese estancado en la ele, dejando pasar cuatro carteles de La Pataia sin registrarlos. Qué sé yo. Más fácil decir que atrás no se ve nada y negar mi miopía.
El viaje en auto fue eterno pero no me di cuenta. Estábamos divertidos. Me dejaron en la puerta de casa y me bajé hecha un equeco: bolso sin cerrar, matera, libro, cartera rebalsada de cosas, auriculares colgando, celular en el bolsillo de atrás del short. Maniobré un pseudo chau con la mano izquierda, así como pude, y los vi subir la ventana a medida que avanzaban. Andá a saber dónde había dejado las llaves de casa. Estaba en pleno momento de organización para encontrarlas cuando escuché que me gritaban desde el Gol Country. No se escuchaba muy bien pero decían algo así como que me quede el dulce de leche, que ellos no lo querían y le quedaba más de la mitad como para tirarlo. Me acerqué al auto pausado con balizas en la vereda y me lo pasaron. Estaba todo pegoteado. Esta vez tenía solo el frasco en la mano así que pude saludarnos con un poco más de entusiasmo y ahí sí que nos dijimos chau por unos días.
Volví en vano a mi búsqueda un poco frenética de las llaves. No estaban por ningún lado.
Me senté al pie de la puerta a esperar que llegue alguno de mis hermanos a salvarme. Miré de reojo el dulce de leche y la cuchara. Imposible negarme.
Tenía sabor a arena y no me importó. Qué ricos son los recuerdos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario