Me terminé de abotonar la camisa a las apuradas mientras lo pispiaba de reojo. Él estaba de espalda, mirando para la ventana de su cuarto. Entraba una luz medio anaranjada por la cortina y me dieron muchas ganas de tener la cámara de fotos encima. No me hubiese animado a sacarle igual, la situación se iba a volver muy bizarra y no estaba para jugar a la musa que te inspira medio en bolas. Se dio vuelta y se le escapó una risa.
—La tenés defasada.
Miré para abajo. Clave, tenía todos los botones corridos.
—Imaginate si caías así a la entrevista, alta primera impresión— me dijo, tentando porque sabía que era genuinamente capaz de llegar así sin darme cuenta.
Pronunció “entrevista” y entré en calor. Por unos instantes me había olvidado que en menos de media hora tenía esa reunión. Quise hacer todo más rápido y me sentí en la típica película yanki con una protagonista atolondrada que se choca a un pibe equis, le tira el café y resulta ser que después es el que la entrevista. Empecé a desabotonarme de arriba para abajo. Mientras, pensaba en mi teoría de que las primeras impresiones no son tan importantes. Lucho es mi mejor ejemplo de eso, me conoció caótica de una y no fue tan grave. Se ve que no le importó tanto a él. Me trabé en el tercer botón porque me ponía nerviosa su presencia, su mirada, sus abdominales que nunca había visto de día, ahí, estáticamente estético, concentrándose en mis intentos torpes de acomodarme.
—Yo te ayudo, dejá— e interrumpió la acción de mis manos.
Me quedé pensando en eso de las primeras impresiones, en los papelones (supongo que simpáticos) que hicimos cuando nos conocimos.
Estábamos en Samsara, plena segunda quincena de enero en Mar del Plata. Sigue tangible el baho húmedo del hostel y el viento fresco, de noche, con olor a mar que perfumó todos los recuerdos del verano. Me había perdido de mis amigas y mi miopía (sumada a algún que otro shot de más) no me estaba ayudando a encontrarlas. Empezó a sonar un temón que ya ni me acuerdo y me puse a bailar sola con los ojos cerrados. Cuando los abrí devuelta tenía a este tal Lucho tirándose unos pasos cerca mío. No sé bien qué pasó, pero en menos de un minuto estábamos haciendo guerra de bailes raros. En mi versión de la historia, venía ganando con mucho margen y perdí porque me tropecé y casi me caigo arriba de una pareja que chapaba en un sillón. Según él, en ningún momento llegué a estar a la altura de la competencia. Pero lo cierto es que ambos cuentos coinciden en que él ganó. Me agarró la mano para usarla de micrófono y le agradeció a APTRA y a su familia por el reconocimiento. Ahí empezó todo un pseudo programa de preguntas y respuestas donde él era el invitado especial y yo una especie de Tinelli. Seguro que si alguien nos veía de afuera éramos dos gomas pero estábamos tan cagados de risa que era lo último que nos importaba. Me hizo sentir muy cómoda y pobre, regalándome esa comodidad, se cabó su propia tumba porque a partir de ahí no paré.
Unos patovas empezaron a arriar a la plebe para cerrar el lugar y nos dimos cuenta que era de día. No habíamos registrado que se terminó la música y, siguiendo al malón de gente, terminamos afuera del boliche. Nos fuimos a sentar a las piedras que dan al mar mientras cada uno intentaba ver en cuál andaban nuestros grupos de amigos. Estábamos flashiando Hollywood con ese paisaje que parecía armado. Era divertido jugar a la peli. Para coronar el cliché, él se dio cuenta que era pura piel de gallina y me abrazó para que deje de tener frío. Nos quedamos así por un rato, sin mucha urgencia, mirando el sol que ya había amanecido hace un par de horas.
Le conté que normalmente me cuestan los silencios y me desafió a que nos callemos por dos minutos. La primera mitad me salió joya, pero antes de que termine el tiempo me dieron ganas de preguntarle algo que venía pensando hace rato. Pronuncié como con vergüenza dos palabras.
—¿Sos feliz?
Volvimos al silencio y a clavar los ojos en las olas. Me estaba empezando a gustar la sensación y pensé que quería tener la cámara de fotos a mano. Me miró.
—¿Vos?
Devuelta silencio. De lejos se escuchaba a unos borrachos reírse mientras corrían en bolas al mar.
—A veces no sé.
Una ola rompió contra la piedra en la que estábamos sentados y nos empapó. Nos paramos rápido y él se hechó un pique. Yo lo seguí de atrás caminando, prefería mojarme a correr toda espástica arriba de esa pasarela de piedras irregulares.
Decidimos ir a bajonear y en la caminata me puse re intensa hablando de las papas con cheddar de un lugar que no quedaba de paso pero que valía la pena. Lo convencí y a los pocos minutos ya estábamos esperando que nos entreguen nuestro pedido. Él estaba bastante callado.
—¿Y hoy sabés?— preguntó e interrumpió mi discurso repetitivo sobre el bajón y su sobredosis sublime de cheddar.
—¿Qué cosa?
—Me dijiste que a veces no sabés si sos feliz. ¿Hoy sabés?
Estaba a punto de responderle sin procesar la pregunta y me salvó que cantaron el 87 por el megáfono. Fui a buscar nuestras papas al costadito de la barra y volví con cara de feliz cumpleaños. Lucho me devolvió la sonrisa.
—Hoy sí.
Terminó de abotonarme, me acomodó el cuello de la camisa, me deseó suerte en la entrevista y me fui. Me acomodé el flequillo en el espejo del ascensor y cuando salí a la calle, la humedad, el calor y varios bocinazos me situaron en tiempo y espacio, lejos del olor a arena mojada al que me había trasladado hace un ratito.
En la oficina me recibieron dos mujeres, una más o menos de la edad de mi vieja, rubia y con cara de buena, y una chica un poco más grande que yo. Me dijeron que les cuente de mí, que empiece por dónde quiera. Hablamos más de una hora. Estábamos dándole un cierre y la rubia más grande me preguntó si me quedé con ganas de saber algo más de ella o de la empresa. No lo pensé y le pregunté si era feliz. A veces me arrepiento de ser tan impulsiva. La vi un poco incómoda y le pedí disculpas por preguntar algo tan personal. Me mordí la lengua por ser así de desubicada. Me hizo un gesto de “no te preocupes” y se quedó pensando.
—¿Vos?— acudió a la misma repregunta de Lucho.
Por suerte ya sabía la respuesta.