jueves, 9 de enero de 2020

Trato hecho

Las sábanas estaban frías. O por lo menos esa fue la excusa de Oli para pegarse más a Marcos. En cierto modo estaban rompiendo el pacto implícito que habían sellado hace unos meses cuando empezó todo. Nada de encariñarse, ni de golosinadas. Y ahí estaban, cuchareando clandestinamente, valiéndose de excusas invisibles para negociar con lo prohibido. 

Un pájaro se chocó contra la ventana y el ruido despertó a Marcos. Le gustó verla descansando en él. La abrazó un poco más fuerte y se esforzó por volver a dormirse a pesar de no tener sueño para congelar el momento. Así tiraron hasta las 2 del mediodía, más o menos, cuando las responsabilidades típicas de un domingo empezaron a manifestarse en WhatsApps del chat familiar con una selfie (de esas que saca la vieja de Oli, con la papada en primer plano) en un asado en lo de sus primos y el grupo de los pibes, los amigos de Marcos, preguntándole a dónde había desaparecido después del boliche. 

Costó unos minutos pero Oli decidió activar.

Cuando se vio en el espejo se encontró con el flequillo despeinado, el rimmel corrido y los cachetes más inflados que de costumbre, ¿por qué nadie le avisó que tenía esa cara de matada?
Marcos la vio de espaldas sacándose la remera que le robó para usar de pijama y tuvo un mini instante epifánico en que se dio cuenta que le gustaba. La puta madre. Ella se lavó la cara y rogó no cruzarse con nadie de camino a su auto. Se saludaron con un beso en el cachete y Oli se fue rajando. Es gracioso porque de noche actúan cómo si se conocieran de toda la vida pero de día se intimidan, no pueden mantener una conversación en plena luz solar. Tienen el manual para los encuentros a oscuras y lo vienen perfeccionando desde agosto. Pero hay lagunas en el contrato y se empiezan a notar. Se habían prometido diversión sin rótulos, lejos de las etiquetas y del qué dirán. Negociaron y Oli cedió dejar la cabeza en otro lado; le venía saliendo muy bien. 

Marcos salió de bañarse y se decidió a mandarle un mensaje. Sin mucho preámbulo, sin anestecia, él nunca fue muy ducho para las palabras. Lo suyo fue más bien un che te quiero a cara de perro. Flechita verde. Doble tic. Visto azul. Yo también. Cagamos. Que alguien llame a los abogados.


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