“Donde pongo el ojo pongo la bala” piensan algunos confiados. Frente en alto, sonrisa matadora con un tinte de picardía y están listos para cualquier desafío.
Chamuyos, roces, secretos, redes.
Susurros explícitos y silencios tentadores.
Se repiten las historias. Cambia la persona, el boliche, las palabras; pero en el fondo la cuestión es constante. Hay alguien con un perfume especial que emana un magnetismo incontrolable. Basta con que alguien lo registre para que empiece la cacería. Tiro va, tiro viene. Entran balas de todos lados. Si la suerte está de tu lado, son solo dos perros por un hueso. En la mayoría de los casos la competencia es mayor y llega un punto que el todos contra todos se descontrola y no sabés para qué equipo jugás.
Ya me cansé de cazar. Estoy harta de ser parte de esa jauría que persigue lo mismo con un afán desesperado y vacío. Me gustaría ser lo suficientemente valiente para sacarme el chaleco anti balas y ver qué pasa si dejo que entre lo que siempre estuve evadiendo. Guardar la metralleta que siempre usé para evitarme la decepción de que si alguien no quería jugar mi juego, habían semillas plantadas en otros lados. Pero el que mucho abarca poco aprieta dicen las malas lenguas y tienen razón. Ya no quiero ser más parte de esta guerra. Me rindo. Es una búsqueda del tesoro en la que nadie busca ganar nada en serio y todos perdemos el tiempo.
Dos perros peleándose por el mismo hueso, mordisquéandolo hasta darse cuenta que no tiene gusto a nada, hasta que ese sinsabor se vuelva aburrido y a buscar otro juguetito a estrenar.
No quiero jugar más.
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