12:56 de un martes de enero.
Anoche hubo tormenta, lo único que quedó hoy como evidencia es un cielo muy blanco, de esos que encandilan. Estoy en la oficina y tengo los ojos llorosos. Nadie se da cuenta igual. Al lado mío se sienta una de mis jefas, tiene Whatsapp Web con sonido y habla por teléfono a los gritos con un cliente. Enfrente mío, dos minas de mi edad, un poco más grandes por ahí, están muy concentradas en sus respectivas Mac Books Air. Es obvio que están leyendo Twitter. La diseñadora gráfica de la agencia se sienta a mi derecha, ella sí trabaja todo el tiempo. Me jode que no se tome recreos. Al principio trataba de poner mi monitor en un ángulo en que ella no pueda ver qué ocupaba mi atención pero hace un tiempo lo dejé de hacer porque me di cuenta que no me registra ni le importa. Llega, labura y se va. Igual tengo pensada la respuesta por si me llegan a preguntar, voy a decir como si fuese obvio que lo de los ojos llorosos es por lo del cielo blanco que encandila. Me parece una buena salida, no sé si es muy creíble pero a esta gente le basta. Preguntan por compromiso si es que lo hacen, no les interesa todo lo que me dijiste ayer. No saben quién sos. No te lo digo para llevarte la contra eh, ya sé que vos pensás que le hablo a todo el mundo de vos pero no es así. No porque no me gustes, todo lo contrario, es porque me siento una boluda contando este típico cuento de minita. Creo que puedo tolerar ser muchas cosas pero ser un cliché, no gracias. Todo menos eso.
Anoche me agarraste por sorpresa y mi desconcierto me privó de lucidez. De hecho, trato de hacer memoria y no puedo acordarme de qué te dije ni mucho menos qué palabras usé. Tampoco es que me cuide tanto con mi elección de vocabulario, ya sé, ya sé. Sí, soy impulsiva y hablo de más, pero eso no quiere decir que todo lo que diga no sea verdad. Pero anoche pude esbozar cinco oraciones medio inconexas y hasta ahí llegué. Me hubiese gustado poder pedirte perdón por no haberte sido sincera todo este tiempo, me ocupé de hacerme licenciada en darte señales falsas. Mostrarte que estoy en otra, mirá cómo me río con tal pibito, escuchá los cuentos de mi salida de anoche, perdón hoy no puedo me veo con el flaco aquel. Nunca me creí mucho ese discurso que me hacía a mí misma de lo divertida que es la soltería, de lo poco que te necesito pero al parecer soy buena actriz porque nadie cuestionó que no sea verdad. Ni yo.
Sigo con ganas de llorar pero me entró un mail con un pedido de un reporte urgente para no se quién que está en Perú. Respondo rápido en mi mejor español neutro y automáticamente googleo cómo es que se hace un reporte de esos porque no tengo idea.
No me di cuenta y se hicieron las 18:30, chau chau adiós. Le gané a las lágrimas, ¿te gané a vos?
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12:08, lunes soleado.
Tengo ganas de lagrimear en la oficina. Devuelta. Y, devuelta, sos vos la razón de mis lágrimas escondidas. Hoy no está mi jefa al lado, estará en alguna reunión o en su casa resacada del fin de semana. Nunca lo voy a saber porque los jefes no tienen que justificar sus ausencias. La diseñadora y la que se sienta enfrente mío tampoco están, esta semana se tomaron vacaciones. Pero hay otras dos personas sentadas en la mesa, no da que llore. No, no. Aunque no estén enfrente mío, no quiero darte el poder de que te metas en mi vida laboral. Y encima hoy no tengo la excusa de la encandilada.
Nadie llora cuando hay sol.
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15:14, último viernes de enero.
En un poquito más de 3 horas termina la semana. Puta madre sí que fue eterna. Siento que fue hace un siglo que estaba llorando en la galería de la China. Pero no, fue el mismísimo domingo de hace 5 días. Creo que se secó un poco ese baldazo de agua fría. Hoy tengo los ojos cansados, medio llorosos pero llorosos de estar mucho tiempo con la computadora. No de tristeza. No, tristeza no. Entraste en la zona del vacío. No te diría indiferencia por que te estaría mintiendo y porque ni siquiera te importa. "Te coroné con mi indiferencia como si te importara algo", Pedro Mairal una vez escribió algo así y tiene razón. A vos no te importa, no te importo y estoy bien con eso.
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10 y monedas, 17 de febrero.
Todavía no son las 11 de la mañana y ya arranqué a escribir 5 textos que quedaron en la nada. Todos más o menos con la misma temática: la hoja en blanco, el miedo, el desamor. El silencio. Me cuesta romper con esta sequía de inspiración con la que me sorprendió febrero. Qué sé yo, hay ciertas inercias que se imponen con ganas. El bondi de la desconexión está bueno pero me conozco y sé que en cualquier momento va a haber un choque importante. No me sale jugar la carta de los sentimientos freelance, del hippismo emocional. Tampoco me sale lo otro.
Ni siquiera sé qué sería "lo otro". En resumen, podría decir que no me está saliendo nada en ese plano. No es por ser derrotista, lejos de. El tema es que me doy cuenta que no sé cómo manejarme, realmente ya no sé. No sé qué es lo que me queda cómodo. No sé si quiero estar cómoda. No sé qué quiero, perdón.
Escribo "perdón". Lo borro. Me enoja disculparme por lo que siento o pienso. Lo escribo devuelta y pienso a quién le estoy pidiendo perdón y por qué. No sé la respuesta pero lo dejo igual porque estoy harta de censurarme. Me propongo el ejercicio: ¿posibles destinatarios de ese perdón? Perdón a mí misma por no tener todo resuelto y desilusionarme, qué cagada darse cuenta que no tenés todo de taquito. Perdón a todos los posibles alguienes de mi vida que no tuvieron el lugar para ser, que fueron condenados a la nada por el pánico de que sean algo. Perdón a las películas románticas con las que me crié porque me doy cuenta que no quiero ser una rubiecita de Hollywood. Perdón a mis amigas que me tiran "la posta" pero se me hace imposible bajarlo a la práctica. Tengo la culpa muy a mano, todo me parece motivo para latigarme, para poner en evidencia mi insuficiencia frente a la vida.
Sonrío porque registro que tengo los ojos llorosos. Hace un par de semanas que no me lo permitía. Me cae una lagrimita y me la seco rápido para que nadie se dé cuenta. Le pregunto a mi jefa si necesita que la ayude con algo. Me pregunta si estoy bien, asiento sin parpadear. Estoy bien. En la corpo no se llora.
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3 menos 10 de la tarde, penúltimo día de febrero.
Hace un rato lloré de la risa. Con las dos minas que laburan enfrente mío (las de las MacBook Airs que miran Twitter) nos fugamos de la oficina para comprarnos un McFlurry, fue una linda complicidad. Casi que puedo decir que ya somos amigas. Ya les conté de mis viejos, mis hermanos, mis pibitos y, bueno, sí, les conté un poco de vos. Dijeron que eras medio boludo y tuve que explicarles que no, que simplemente no sentías lo mismo. No me puso triste hablar de vos. Una de las dos me dijo que intente escribir una carta enumerando las razones por las que deberías estar conmigo y lo único que se me ocurrieron fueron razones por las que yo no debería estar con vos. Fue bastante sanador hablar de vos en la oficina al final.
Me doy cuenta que es fin de mes porque estoy expectante a cobrar. Nunca me había pasado de ser tan consciente de una fecha que no tenga que ver con mi cumpleaños o un evento especial. Será que estoy creciendo, supongo que es eso.
Hago un poco de memoria y pienso en lo que viene siendo mi año. Van solo dos meses pero podría decir que pasaron muchas cosas y hay otras que sé que no van a pasar. Vos, por ejemplo. No vas a pasar y estoy bien con eso. Ya no me mueve lo mismo. Y perdoname, pero me cansé un poco de que seas el destinatario de todas las palabras que escribo. Quiero dejar de garabatear una carta interminable que ni siquiera quiero que leas. Así que te despido con cariño, quiero ver si puedo encontrar inspiración en otro lado.
Vienen siendo dos meses intensos, pero también puedo decir que vienen siendo dos meses en los que estuve siendo muy feliz. Voy a estar bien. Y no te preocupes, que aunque en la corpo no se llore, siempre puedo ponerme una fachada de concentración y escribir.
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