Te apoyaste contra el auto y me abrazaste mientras me terminaba el pucho. Pusiste las manos en los bolsillos de atrás de mi pantalón y te encontraste con un billete de 5 pesos. Ya sé que no están más vigentes pero quería guardarle uno de recuerdo a mis nietos, qué sé yo. Te salió una carcajada ante mi explicación y se te marcaron los hoyuelos. Supongo que te reías de mí y no conmigo pero no me importó, me gusta verte reír.
—¿Cuántas veces viste tu película preferida? —te pregunté de la nada.
Me gusta saber ese dato. Dice mucho de una persona. Te reíste devuelta y me dijiste que, una vez más, confirmabas que yo era un bicho raro, que la gente normal pregunta cuál es tu preferida y listo, no la cantidad. Yo levanté los hombros y, tímida, di otra pitada.
—Creo que ocho o nueve —me respondiste después de un ratito de silencio. —¿Vos?
Me prendí un cigarrillo más.
—Seis.
Me gusta saber ese dato. Dice mucho de una persona. Te reíste devuelta y me dijiste que, una vez más, confirmabas que yo era un bicho raro, que la gente normal pregunta cuál es tu preferida y listo, no la cantidad. Yo levanté los hombros y, tímida, di otra pitada.
—Creo que ocho o nueve —me respondiste después de un ratito de silencio. —¿Vos?
Me prendí un cigarrillo más.
—Seis.
En realidad, 5 y medio, 5 y tres cuartos. Lo redondié porque no quería dar detalles de qué pasó con esos puchitos que faltaban. No tenía ganas de explicarte cómo lo que más me gusta de mi película preferida es que no tenga final feliz (¿porque qué son los finales felices, al final?) pero por mucho que me guste hay veces que no puedo terminarla porque me duele demasiado. Me pasó más de una vez de empezar a verla y tener que dejarla porque me rompe despacito ser cómplice del desencuentro y creo que por eso no quería subirme al auto. Me fumé demasiados puchos uno atrás de otro con tal de estirarnos por un rato. Estirarte. Preferí redondear a seis y hablamos un rato más de cine.
Durante toda esa conversación estuviste jugando con mis 5 pesos, cambiándolos de bolsillo a bolsillo y, al final, te los guardaste y me dijiste que en 40 años me los ibas a devolver para que se los dé a mis nietos. Asentí. También me preguntaste si podíamos guardarnos ese momento para siempre y yo te dije que para siempre no existe.
—Guardátelo igual y en 40 años me lo devolvés —dijiste y me volviste a abrazar. Puse pausa. Esta película tampoco la quiero terminar.
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