miércoles, 12 de septiembre de 2018

En tres termos llego

Me cebé otro mate y miré por la ventana. "Dale tiempo", me habían dicho. Me seguían resonando esas dos palabras que por algún referéndum ilegítimo supuestamente debían guiar mi accionar. Tiempo. ¿Qué clase de vago consejo es ese? ¿Cuánto tiempo es suficiente? 
Cebé otro mate, lavado y ya tibio, y coreográficamente, mirando por la misma ventana una vez más, retomé mis pensamientos. ¿Cuál es la medida del tiempo? ¿Cuánto se supone que debo esperar? ¿Un termo? ¿Dos termos? ¿Día y medio? ¿Un mes? ¿La vida?
Nunca fui de esas personas que se entregan cien por ciento al azar del destino. Tampoco digo que soy de las que se cartean, no. Pero sí, me gusta mezclar el mazo, acomodar en orden las cartas en mano y, a veces, pispear un poquito de reojo o a través del reflejo de anteojos ajenos para ver si la otra persona tiene justo ese cinco de espadas que estoy necesitando. 
"Dale tiempo" me dijeron... como si yo fuese la encargada de repartir semejante abstracto. Como si, de alguna forma, dándote tiempo a vos lograría que a mí se me frenara ese constante tictaqueo de saber que podríamos ser pero no. Como si fuese la vacuna para mi ansiedad; una ansiedad crónica que me pide a gritos saber si coincidimos en tiempo, espacio y, principalmente, sentimiento. Porque el cronotopos es manejable, manipulable... hasta te diría que ahí sí me carteo un poco. Pero se me hace imposible leerte, entenderte, anticiparte. ¿Cómo se supone que tengo que esperar si no sé qué estoy esperando?
Prefiero perder antes de empezar que que ni siquiera sepás que te estaba esperando con mates para jugar.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario