El otro día me miraste un poquito más de lo normal. Un poquito distinto. En tus ojos había un nosequé, una chispita de picardía que bastó para desencajarme toda la estantería. Y un poco que te odio por eso. Sabés que me gusta tener el control, que me gusta que el mundo baile mi canción y no al revés. Sabés que me das miedo, me da miedo lo que me podés llegar a hacer sentir. Y sabiendo eso, me mirás distinto igual. Creo que hasta te divierte ver cómo pinto mi persona con tintes de locura tratando de descifrar tus silencios tan intensos. Esa mirada, junto a tantas otras, iría en mi cajón de sentimientos que no puedo controlar. Debería... pero ya no cabe mucho más. Lo llenaste. Así que te voy a pedir que te responsabilices de la montaña rusa que me generás y me acompañes a comprar cajones más grandes, o una biblioteca con estantes abiertos, o un cuarto vacío. Necesito un nuevo lugar para depositar todos los futuros recuerdos que sé que me van a exceder. En mi simple y limitada figura humana no entra tanta confusión, tanto vértigo, tanta adrenalina. No entrás vos.
Y si no, me podés prestar un poco de tu cuerpo para que esa mirada, que hasta ahora es solo tuya, sea nuestra. Para que seamos un nosotros. Para que no hayan bordes que se desborden ni límites que nos limiten; que seamos un juego sin reglas ni puntaje; que improvisemos al compás del ritmo que nos depare la vida.
Para que esa mirada un poquito distinta se convierta en nuestra mirada un poquito normal.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario